EL DIA EN QUE SE MATO MI HERMANO
POR RAZONES OBVIAS
Mi hermano todavía se balanceaba de la rama del árbol donde se había colgado cuando lo encontró la nana, que no se le ocurrió nada mejor que gritar a grito pelado, despertando a todo el barrio ese domingo temprano por la mañana. Con lo que nos tienen advertido los vecinos que no hagamos ruido, que no molestemos a nadie, si no, llaman a carabineros. Me extrañó que no hubieran echado a la Rita después de este incidente por incompetente. Después, yo mismo tuve que explicarle que en estos casos lo primero que hay que hacer es avisar a carabineros, hasta el número de teléfono tuve que darle, que no se lo sabía la tontorrona. Yo no sé dónde tiene la cabeza, seguro que está enamorada, y vaya a saber uno de quién esta vez.
La PDI llegó justo después de la ambulancia, que esperó pacientemente a que los detectives hicieran su trabajo para llevarse el cuerpo. Tomaron huellas igual que en las películas, le sacaron fotos a mi hermano colgando de la vieja higuera, que ya había dado todos sus frutos; nos hicieron algunas preguntas a mí, a la nana y parece que a otros vecinos del barrio. Que si tomaba remedios, que si era depresivo, si había tenido una ruptura sentimental, si había tenido alguna discusión acalorada, si se llevaba mal con alguien, si tenía enemigos.
Yo dije lo que sabía, que no tenía ni la menor idea de esas cosas. Como mi hermano era varios años mayor que yo, nunca fuimos yuntas, además que él era súper reservado. Desde que le fue mal en la PSU dos veces consecutivas, que es como para morirse (se tupía ante las alternativas aunque entendía perfectamente qué le preguntaban) se fue para abajo; estaba súper callado y no le gustaba contar en qué trabajaba, como que le daba vergüenza. Yo estaba seguro que había encontrado pega como dealer en las discoteques porque me daba la impresión de que trabajaba solo los fines de semana pero siempre andaba con harta plata. Pero eso no se lo dije a la PDI por si acaso.
Cuando mamá despertó, a eso diez de las mañana, ya se habían llevado el cuerpo; la PDI fue súper ubicada en eso. Mamá se habría muerto si veía colgando a su hijo preferido. Es súper horrible ver a un familiar colgado así. Yo no me impresioné tanto porque tengo ene juegos en mi PS en que pasan cosas así pasan con los adversarios virtuales que pierden un combate o que no alcanzan nunca a pasar a la próxima etapa. Igual me dio pena que mi hermano se muriera, nunca tan insensible. Pero me dio altiro como una pequeña alegría compensatoria porque ahora tendría mi propia pieza y yo creo que me pasarían su auto apenas aprendiera a manejar. No hay mal que por bien me venga, me dije como aliviado.
Mamá se desmayó como tres veces seguidas cuando supo que el Gonzalito se le había muerto, que el pelotudo, por hacerle una demostración a su mejor amigo, el Julio, de cómo ahorcarse, se había ahorcado en serio; fue incapaz de soltarse la soga, que es prácticamente imposible sacársela por sí mismo, que fue lo que el Julio le dijo para callado a la Rita.
- ¿Y el otro qué hizo? -dijo mi madre, desesperada.
- Se quedó parado como un imbécil. No corrió ni a buscar una escalera, ni a cortar la soga ni a pedir auxilio. Se quedó parado así como una estatua de ésas que piden plata en la calle -le dije como para bajarle el perfil a tan triste acontecimiento. Después, como que reaccioné y me vino una punzada en el corazón y una angustia que no se me quitaba con nada.
Los funerales fueron muy bonitos. Vinieron muchos de los antiguos compañeros de curso del Gonza, la profe jefe de cuarto medio, el director, los profes de educación física y de artes plásticas, que le tenían buena porque siempre sacaba la cara por el colegio en las competencias deportivas y en concursos de pintura, y la famosa Macarena. La Maca había sido algo así como la polola number one de mi hermano en el colegio. Una mina súper rica. Siempre andaban juntos. En esa época mi hermano se sacaba puros sietes y todos juraban que iba arrasar en la PSU. Así que se puede decir que la Maca lo admiraba. Fue ella, en lo más triste de la ceremonia, que es cuando los amigos más cercanos dicen cosas bonitas sobre el muerto, que se me acercó la Maca, que andaba con los ojos llorosos, me tomó del brazo y me llevó lejos, detrás de unas lápidas anónimas, donde pudiéramos conversar los dos solos sin ese horrible olor a flores medio podridas que se sentía en toda partes.
- Tengo que decirte algo José Ignacio -La Maca estaba pálida, cadavérica casi. Y antes que yo le dijera cualquier cosa, me anunció a boca de jarro: tu hermano murió por culpa mía.
- ¿A qué te refieres? -yo no sabía de qué estaba hablando.
- Pasamos la noche del sábado juntos. Mis papás no estaban así que lo invité a la casa, a ver unos videos. No sé si viste The Reader. Es genial. Trabaja la misma niña de Titanic. A los dos nos impactó. Tu hermano había traído un pito de marihuana; yo tenía cerveza y cosas para picar.
- ¿Y? -su historia me había picado la curiosidad.
- Se quedó en mi casa. ¿No les avisó? Cuando terminó la película ya no pasaba ninguna micro. Santiago es horrible de noche. Pero yo estaba contenta porque íbamos a pasar la noche juntos. Tú sabes que yo estaba enamorada de él desde hace tiempo -cuando dijo esto último como que se emocionó y se le llenaron los ojos de lágrimas-. Dormimos juntos. Todo bien. Al principio yo con un camisón de seda color malva que es súper suave y él con su boxer de hombre araña y su polera a rayas que trajo del viaje de estudios. Apagamos la luz y esperamos, ya sabes. Yo esperé largo rato hasta que me acerqué a él, que no atinaba. Lo besé en el cuello, en el pecho, retirándole de a poco la polera. Él estaba un poco tenso. Le acaricié desde el cuello hasta los muslos con las manos. Yo ya había hecho el amor antes, sabía qué hacer. ¿Me entendís?
- ¿Qué? -exclamé sorprendido. Prosiguió: Entonces nos besamos; yo me puse encima de él. Cerré los ojos, creo que él también. Y le dije suavemente al oído: ven. Pasó un rato en que parecía como muerto, súper lejano. Entonces me dijo, con una voz cansada (después pensé que podía ser por la marihuana):
- Es que no se me pone duro.
- A lo mejor eres gay, le dije, y me puse a reír. Él se levantó, se vistió rápidamente y se fue. Nunca lo había visto tan molesto.
Yo estaba helado. Durante muchas semanas las palabras de la Maca me dieron vueltas y vueltas en la cabeza. Si no se te para con una mina eres gay, todo el mundo lo sabe en el colegio. Hasta que una noche soñé con mi hermano. Lo veía con un bebé en los brazos, muy angustiado, porque la guagua lloraba a todo pulmón y él no sabía cómo calmarla.
- ¿Es tuyo? -le decía en el sueño.
- ¿Se me parece? Y me dijo, como sacándose de un peso de encima: La Maca quería hacer el amor sin condón, porque es más rico, yo me negué, y me trató de maricón.
- Ah, dije, un poco aliviado. ¿Y quién es esa guagua entonces?
- Tú poh, cuando chico. Yo me ocupaba de ti, ingrato. Seguro que ni te acordabai de eso.
Desde entonces, miré a mi desdichado hermano de otra manera, hasta le llevaba flores al cementerio cada vez que pasaba por ahí y le contaba de cómo me iba en la vida y de lo que imaginaba que querría saber, claro que cuando no había nadie alrededor. La PDI dijo que efectivamente, esa mañana temprano mi hermano había llegado a la casa y se había puesto a conversar en el jardín con el Julio, que vive al lado, y que se lleva puro viendo películas pornográficas desde que está cesante; cualquiera cacha porque se sienten esos quejidos de minas que salen de la tele de su pieza, que típico que no les duele nada, al contrario. Bueno, hueveando los dos, mi hermano se había puesto la soga al cuello después de atarla a la higuera, subido arriba de un piso alto. Dándoselas de choro, hizo tambalear el piso, éste se cayó al suelo y no pudo agarrarlo con los pies. El Julio se quedó paralizado el muy huevón y no atinó a nada. Dejó que mi hermano se asfixiara y pataleara hasta morirse en cosa de minutos; lo miraba morirse con un morbo increíble. Después supe que habían estado hablando de la famosa erección de la soga al cuello. Y era verdad, porque tenía una manchita en el pantalón. A lo mejor el Gonza se había ido de este mundo con mucho placer. Como que me dio risa pero después lo encontré súper gil.
MAMA SE VA AL ASILO
- ¿No se le queda nada, mamá?
- Qué se me va a quedar. Se los dejé todo a ustedes.
- ¿Cómo a ustedes?
- A ti y a la Rita....
- Pero si la Rita es la nana. ¿Cómo se le ocurre hacer una cosa así, mamá?
- Ella me ha cuidado como nadie. Mejor que tú incluso.
- ¿Y qué le regaló a ella?
- Mis joyas. Todas mis joyas.
- ¿Usted quiere decir sus relojes de oro, sus collares de perlas que le regaló papá y el camafeo de Florencia? ¿Se volvió loca, mamá? ¿Ve que tengo razón en llevarla al asilo? Usted no se puede cuidar sola.
- Claro que me puedo cuidar sola, eres tú la que no me deja,
- ¡Pero si se ha caído ya dos veces de la escalera!
- ¿Por qué no me pusiste un ascensor en la escalera como los vecinos?
- ¨Pero ellos son ricos, mamá, además la señora Virgina se lo compró con su plata.
- Si es por eso yo también tengo plata en el banco.
- Qué le va a quedar mamá, todo lo que le queda va a ser para que la cuiden en el asilo
- Qué horror de hija que fui a tener. Total, eres adoptada.
- ¿Adoptada yo? Nunca me dijeron nada. Qué espanto, o sea que no voy a heredar nada. Y tanto que he hecho por usted mamá, ni siquiera me he casado por atenderla a usted.
- No te has casado por histérica. Eso es lo que eres, una histérica. Ningún hombre se casa con una maniática.
- ¿Por qué me dice eso, mamá?
- Quieres que se acuesten contigo solo casándose contigo. ¿En qué mundo vives, hija?
- Pero si es lo que todas las mujeres católicas siempre hemos hecho, llegar virgen al matrimonio. Con qué ropa se casaría una de blanco en la iglesia y la gente pelándote por la espalda.
- Eres una maniática, hija, eso es lo que eres. Si una mujer no es buena en la cama no es buena para nada,
- Yo cocino muy bien.
- Es verdad, pero eso no basta, ¿Ya llegamos? Qué rápido manejas.
- Es que me tocaron puras luces verdes. Báseje usted, mamá, yo le saco la maleta.
- ¿Una sola maleta? ¿Tan poco?
- Con eso le basta y le sobra. Aquí todos andan en pijama.
- Yo solo me pongo el pijama para irme a dormir.
- Aquí la gente lo que más hace es dormir. Ya se acostumbrará.
- Qué espanto de hija. Nunca debí tenerte. Las adoptadas siempre terminan mostrando la hilacha. Seguro que tu madre era puta o nazi.
- Las cosas que dice, mamá. Y tanto que la quiero yo.
- Quiero irme a mi casa. ¿Esta es mi pieza?
- No, mamá, usted va a estar en la sala común.
- L a sala común -las mira a todas las mujeres ochenteras y hace un saludo con la mano sin mirar a nadie en particular.
- Ya, déjame aquí. Me las arreglaré. Dile a Rita que cuando venga el domingo me traiga mi tele con el canal de las teleseries, que está por terminar la que me gusta.
- O sea que voy a tener que instalarle el teve cable también.
- Lo pago yo.
- Sí, pero alguien va a tener que venir a instalarlo.
- Eres una maniática. Preocuparte por esas cosas. Ya, ándate mejor.
- La veo el domingo, mamá. Cúidese. Pero dígame, ¿es verdad que soy adoptada o estaba leseando? Me parezco harto a usted, hasta en el carácter.
- Eres hija mía pero no de tu padre.
- Por eso sería que el papá me quería tan poco, como que me rechazaba cuando me acercaba.
- Fue mi venganza. Era muy mujeriego. Siempre me cuidé cuando hacíamos el amor.
- Hizo bien, mamá. ¿Pero quién es entonces mi verdadero padre?
- Se dice el milagro pero no el santo.
- Pucha que es, mamá. Ya, besito, hasta el domingo.
- Aprovecha tu tiempo libre para enamorarte. Quiero tener nietos. Si no, ni loca haría estos sacrificios por ti.
- No le digo nada mejor. Ya, hasta el domingo. La llamo por el celular.
- ¿Qué celular?
- La costumbre, mamá. Ya, le compraré uno.
- ¿Y con qué plata?
- No se ponga pesada, le voy a comprar de mi bolsillo uno de prepago que son más baratos, además que solo la llamaré yo.
- Cómo que solo tú. Hay gente que de más que vendrá a verme.
- ¿Como papá, mi papá biológico?
- Maniática, eso es lo que eres, que venga quien venga, esas son cosas mías.
- Usted con sus secretos, mamá, me carga cuando se pone así. Ya, chaíto, que se me hace tarde. ¿Está segura que es mi mamá?
La hija se despide con un beso apurado y su madre le da una mirada como quien mira a una persona muy estúpida sin decir nada, y se queda sentada en su cama mientras las demás internas la observan, no paran de observarla hasta que llega la hora de la cena, un plato de charquicán con carne de soya, un vaso de agua, las pastillas y una gelatina un poco desabrida, como de costumbre. Nadie se queja hasta que apagan la luz, cuando los fantasmas del pasado comienzan a despertar.
UNA TARDE SIN NOVEDAD EN EL CONFESIONARIO
El padre Pío lamentaba que sus feligreses vinieran tan poco a confesarse en vez de alegrarse de que estuvieran pecando cada vez menos. Acaso el párroco anterior había hecho un excelente trabajo y a él no le quedaba sino resguardar ese cielo alcanzado. No se hallaba cada tarde de los martes y jueves encerrado en ese cubículo que él mismo había mandado a hacer, así que, para pasar el tiempo, se traía unos vetustos libros del año de la pera (1), las antaño biografías llamadas hagiografías o vidas de santos, concebidas para encender vocaciones como el beato padre que decía estar siempre contento, la famosa Laurita, que había sufrido en vida las de Quico y Caco, y el casi desconocido santito mapuche argentino, Ceferino Namuncurá. Pero el padre Pío se devoraba ahora las memorias secretas del obispo Carepalo o Caradura, que no sabían cómo llamarlo los confundidos sacerdotes, en que contaba fotocopiadamente la pura y santa verdad a sus pares sobre todo aquello de lo que lo habían inculpado, que era la penitencia que le había infringido el Santo Padre para librarlo de las penas del invierno eterno -curiosa metáfora del Hades, pues ya no se hablaba del infierno para no herir susceptibilidades. Estaba leyendo esa parte en que un ahora discreto y respetable obispo esquivaba con ingenio sus besos cuando lo llamaron golpeando suavemente la ventanita enrejada del confesionario.
- Padre, ¿está ocupado?
- Estoy disponible, hija, siéntate y cuéntame.
- Es que necesito que vea algo -la niña, de unos doce años, de ojos negros, la piel clara, el pelo negro largo y suelto, lo miró a los ojos con determinación.
- No entiendo -El padre dejo el libro que leía escondido bajo su banquillo y tomado de la mano de la chiquilla que casi lo tironeaba, salió a la calle. La niña lo llevó hacia la periferia de la población, donde nunca había estado. Atravesó la villa, donde lo saludaron dos o tres feligreses, algunos haciendo un ademán como quien quiere decir descomprometidamente hasta el domingo, y luego recorrieron unas calles polvorientas y malolientes donde no cesaban de ladrar los perros a su paso. Se veía ropa colgada desde las ventanas, se oían gritos de los niños de una escuela jugando a la hora del recreo y, ya llegando a su destino, se oyeron las familiares voces del locutor español de las noticias de la televisión y de un reality que casi nunca podía ver pero del que todo el mundo hablaba, que, decían, era como la prolongación de la vida de un barrio cualquiera, con sus mismos caguines, dimes y diretes, rumores y desmentidos. El lo veía cuando podía porque para eso estaba, para mostrar que había otra vida en los caminos del Señor, la recta vía de que hablara el Dante o la escondida senda de Fray Luis de León. Heme aquí, siervo de Cristo, sin saber adónde me lleva esta creatura, no vaya a adentrarme en los caminos de la perdición, se dijo en un suspiro inaudible. Desde que se habían extendido las acusaciones sobre pederastia hasta en los colegios, el padre se cuidaba de andar con niños de la mano, evitaba hasta hablarles, y si venían a confesarse rogaba a Dios que fuera en compañía de sus padres. Pero no, estaba solo junto a una niña de unos doce años ante la puerta de una mediagua, una auténtica mediagua de ésas que se construían por mientras cuando sobrevenía una catástrofe (un terremoto, una inundación, un incendio) y las pobres familias, que generalmente lo perdían todo, debían quedarse a vivir por un tiempo breve, mientra se arreglaba la cosa, lo cual solía ser un mero decir. Una mediagua es una media casa, o una casa con una sola bajada de techo, una sola caída de agua. Tiene dos ambientes: la cocina y comedor, por un lado, y por otro, una gran habitación donde duerme la familia entera, distribuida en las camas que quepan, generalmente tres o cuatro. A veces el hacinamiento conlleva la concupiscencia, dada la cercanía de los cuerpos, que duermen juntos por el frío. Acaso era eso lo que estaba pasando y que la niña quería que el padre viera por sí mismo para que no la tomara por mitómana. Apenas dio unos pasos dentro de la casa vio, sentado en un sillón a un hombre que transpiraba copiosamente y a una colegiala arrodillada con las dos manos sosteniendo el cierre de su cremallera y la puntita de su pene al aire. El hombre parecía urgido y la muchacha tenía una actitud paciente y reconcentrada. El padre se quedó sin habla durante un par de segundos, evaluando la situación cuando la niña lo sacó de su impasse:
-Padrecito, haga algo, que no ve que a mi papá se le quedó trabada la cosita en el cierre y le duele mucho.
La muchacha se dio vuelta y asintió con la cabeza. El prepucio del hombre estaba rojo y efectivamente se le había enganchado en el cierre. Qué cosa más ridícula pensó, casi aliviado que no fuera una historia más de abuso sexual.
- Cómo se le fue a enredar el pene, caballero -le preguntó al desesperado cuarentón. Este lo miró con impotencia y rabia, molesto de que lo viera en ese estado, pero no dijo nada, por las niñas. La chica había hecho todo lo que podía y ya no sabía si continuar usando unas tijeras o un alicate. El padre negó con la cabeza y le dijo con voz calmada:
- Trae un poco de aceite, niña -la muchacha corrió a buscarlo.
En tanto, el párroco rozó levemente el pene del hombre repetidas veces con el dorso de su mano, como hacía el propio Caradura, recordó. El hombre se puso pálido pues sintió una inesperada erección. La muchacha se quedó muda al ver al padre con la mano en el pene erecto de su propio padre, que se quedaron mirándola incómodos, ella no atinó sino a entregarle la botella de aceite al sacerdote, refugiándose en un rincón de la habitación, sin dejar de mirarlo todo. Este roció abundantemente el cierre del pantalón del hombre y con un hábil movimiento de los dedos, tiró el prepucio hacia atrás, soltándolo del cierre. Todos respiraron aliviados.
- ¿Por qué hizo eso, padre? ¿Era necesario?
- El prepucio es una telita muy fina, al estirarla pierde grosor, fue lo que hice; fue lo único que se me ocurrió en verdad, disculpe si lo importuné.
El hombre se abrazó a sus hijas y recién entonces atinó a subirse el calzoncillo y a cerrar, por fin, el cierre del pantalón.
- Esto quedará entre nosotros, padre.
- Por supuesto. Solo les ruego, para que mi visita no se malinterprete, que vayan el domingo a misa -antes de irse, solo atinó a hacer una última pregunta.
-¿Cómo te llamas, hija?
-Camila.
- Eres una niña muy valiente -ella le sonrió con un brillo alentador en los ojos.
Fue así como el padre Pío comenzó a granjearse la confianza de una comunidad difícil, que había padecido las penurias de un párroco desertor, un homicidio no resuelto y, sobre todo, una comunidad heterogénea donde había que convivir con delincuentes, homosexuales, lesbianas y travestis. A veces creía haber sido destinado al infierno o, al menos, a su antesala. Bien sabía que solo una fe inquebrantable en Dios Padre, Hijo, Espíritu Santo, la Virgen María y todos los santos lo libraría de la desesperación. Volvió con el espíritu contrito a la parroquia; aún quedaba una buena media hora para atender a los feligreses en el confesionario y se sentó en su banquito. Rezó un momento en voz baja y con la mente ya despejada y dispuesta, buscó con la mano, a tientas, su libro fotocopiado para continuar leyendo. Se agachó para buscarlo por todo el cubículo cuando constató, abrumado, que no estaba. Alguien lo había tomado. Alguien ahora mismo debía estar leyéndolo, enterándose de las memorias secretas y sinceras del padre Caradura o Carepalo, que no había precisión sobre el seudónimo con que lo identificaban todos; de todas maneras, el obispo había escrito bajo una chapa por razones obvias. Y ahora, por un descuido imperdonable de uno de sus pares, todo se iba a saber. ¿Cuán sincera y grave era su confesión? El padre Pío no podía saberlo, y acaso no lo sabría jamás, puesto que solo había leído un par de capítulos de un texto fotocopiado que tenía más de trescientas. Lloró un buen rato hasta que no se le ocurrió nada mejor que intentar contactar personalmente al obispo penitente para disculparse con él. Nunca lamentaría tanto esa decisión, tan de franciscano bonachón, pero eso solo lo sabría mucho tiempo más tarde. Ahora llegaba, casi al filo de las seis de la tarde, una de las ancianas más fieles y pechoñas de la iglesia. Venía a pedirle que lo perdonara por un viejo crimen que había cometido, dijo; el padre cerró los ojos en su cubículo y se encomendó a todos los santos.
(1) El año de la pera, como el año del rey Perico, expresión familiar, muy antigua, para referirse a un pasado tan indeterminado como improbable.







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